sábado, 30 de abril de 2011

La lumpera Cortes y Vistas















Su casa-estudio en la esquina de Anchorena y Juncal, tanto por su expresión espacial, como por lo que ocurría adentro, era una manifestación de su personalidad.


Mario, heredero de las costumbres de su padre, cocinaba muy bien, y gustaba hacerlo para gran cantidad de personas, elaborando unos guisos alrededor de los cuales se hablaba durante horas, muchas veces completado el ritual con la tan argentina partida de truco. Toda ocasión era buena para eso. Muchos amigos recuerdan todavía cuando nos reunimos alrededor de uno de aquellos guisos, frente a la TV, para ver la llegada del hombre a la Luna. También “hacía platea” (como solía decir) con la gente del estudio para ver los partidos de fútbol importantes.

Ese hablar alrededor de la mesa se prolongaba durante horas. Y Mario siempre estaba con el cigarrillo entre los dedos, o con el vaso en el que iba lentamente bajando su botella de whisky.

En el estudio —al que cariñosamente llamábamos “la lumpera“— se hicieron toda clase de reuniones: largas noches dibujando concursos; un constante lugar de visita de amigos o peregrinación de alumnos; ámbito de discusión de temas sociales y políticos; improvisado cine donde se proyectó desde el entresuelo, sobre la amplia pared de la ochava, la película “La hora de los hornos” de Solana, cuando eso era algo prohibido.

También se reunían una vez por semana, sistemáticamente, durante 1968 y parte del 69, un grupo de profesionales de distintos ámbitos y de un amplio espectro ideológico dentro de la izquierda, para el comentario de libros y el análisis de temas teóricos y de actualidad.

Hacia 1969, a medida que Mario fue profundizando su posición política, comenzaron a aparecer personas pertenecientes a sectores de una izquierda más radicalizada —algunos de ellos miembros del FATRAC, Frente Antiimperialista de Trabajadores de la Cultura— o militantes de movimientos revolucionarios.

Del libro Mario Soto arq.










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